🌸Raquel de Abril🌸 (@janadelbosco)

Agradecer y disculparse

Interiorizar el agradecimiento y la disculpa1 en la propia vida, pero no como una práctica, no como un favor, no como un gesto de cordialidad y diplomacia, sino como una actitud. Agradecer y disculparse como dos caras de una misma mirada elegida: la del reconocimiento.

Reconocer al otro como una persona entera, con su propia historia, anhelos, problemas e intenciones; reconocerse a uno mismo como persona entera también, y por tanto falible y capaz de hacer daño (aun de forma indeseada, inintencionada o accidental); reconocer nuestra interdependencia común y co-participación de los otros en nuestras vidas (nada de lo que tengo es solo mío, nada de lo que he logrado es solo fruto de mi mérito o esfuerzo).

Reconocimiento, y por tanto no sumisión: agradecer no disminuye el reconocimiento de mi participación, disculparme no me señala como origen de todos los males. No me rebajo con ninguna de las dos, solo digo: me/te/nos miro y me/te/nos reconozco.

Me disculpo: quiero reconocer mi participación y responsabilidad sobre la parte que me corresponde de los daños producidos, así como reconocer las consecuencias de este daño, su impacto en ti y lo que pueda suponer; desde este reconocimiento, desearía reparar lo ocurrido en la medida de lo posible y, si es apropiado con respecto a la gravedad de lo ocurrido, reconstruir nuestro vínculo y continuar, sin olvidar lo que ha pasado, sino integrándolo y aprendiendo de ello.

Te agradezco: quiero reconocer este bien que me has brindado, incluso aunque creas que no es gran cosa, que no es meritoria o que ni siquiera lo has hecho con una intención explícita, y tampoco tiene que ser fruto de un sacrificio para ser un bien valioso para mí; quiero que sepas que ese bien me enriquece y deseo que este reconocimiento te enriquezca y enorgullezca a ti, y que en este gesto se forje una unión de reciprocidad entre nosotros, aunque sea efímera y basada no más que en una fugaz simpatía.

A veces la disculpa y el agradecimiento no tienen destinatario, porque ya no se tiene relación con ellos, porque nunca se tuvo relación con ellos, o porque son demasiado abstractos. Me disculpo mentalmente con la anciana a la que no vi en el tren y no le cedí el asiento el otro día, agradezco a seres humanos del pasado y del presente que han luchado porque personas como yo puedan disfrutar de ciertos derechos. No puedo dirigirme a ellos, pero puedo reconocerlos, y hacer eso ya me cambia: crezco, mi mirada se afina, estoy más lista para actuar como considero apropiado en la próxima ocasión.


  1. Disculpa, que no perdón. No me gusta la noción de “perdón” (lo que no significa que no me parezcan importantes las disculpas: sí me lo parecen) porque la “redención” (si es que podemos hablar de una) no es algo que debiera generosamente darte la persona a la que has dañado, sino algo que deberías simplemente ganarte tú mismo. La reparación de la víctima y la redención del agresor no deberían estar obligados a ir de la mano: un agresor puede redimirse reconociendo el daño causado, cambiando sustancialmente su conducta y proporcionando reparaciones, y aun así su víctima tendría que tener el derecho a no participar en absoluto de ese proceso y poner toda la distancia necesaria para sanar y rehacer su vida. El agresor que pone en el foco la obtención del perdón de su víctima está desplazando la responsabilidad y priorizando su propia (auto)imagen. Parte de su hacerse cargo del daño cometido pasa por asumir que su víctima no tiene por qué perdonarle o rehacer un vínculo con él. 

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