Debemos tener cierto cuidado con este tipo de mapas:
Si bien aportan algo muy interesante, que es cambiar nuestro foco sobre el “problema” de la inmigración, recordar que los que más hemos devastado sociedades y culturas y esquilmado poblaciones en el último milenio somos las poblaciones de origen europeo... no son inocuos con respecto a cómo están hechos.
Este mapa parte ya de un prejuicio colonial. ¿Cuál?
El de las fronteras.
No por nada se parece tanto en aspecto a un mapa político corriente de los Estados Unidos, con su división en distintos estados bien delimitados por unas fronteras claras. Pero esa forma de organización política es la del Estado-nación, un invento europeo impuesto sobre el resto del globo, y esta forma de mapear el territorio es producto de la geografía moderna, que tampoco es neutral, sino que responde ya a una determinada idea de cómo los pueblos humanos se organizan y relacionan con el territorio.
No quiero decir que las fronteras se inventasen en Europa hace dos siglos, pero sí que no son una institución universal, menos bajo la forma en que las concebimos a raíz de los procesos nacionalistas del siglo XIX (fronteras estables, controladas, que delimitan dónde acaba una organización política y que reúnen a una población nacional más bien homogénea, que tiende a compartir una lengua y que lleva viviendo ahí establemente desde tiempos ancestrales).
Con más razón en las tierras habitadas por pueblos no organizados estatalmente, y más aún si practicaban algún grado de nomadismo, nuestro concepto de frontera es absurdo, no aplica y distorsiona la realidad. Un ejemplo que me parece más adecuado es el proyecto de Native Land Digital:
Aquí el link a la fuente original (es un recurso muy interesante).
Se nota la diferencia, ¿verdad? Los territorios aquí no colindan, sino que se superponen, son más bien “regiones”, con límites más difusos y fluidos. Sin embargo sigue habiendo un problema si queremos seguir afinando la problematización, y es una dificultad prácticamente inherente al mapa moderno como instrumento de representación de la realidad, porque ha nacido muy vinculado a la necesidad de delimitar la propiedad (ya sea privada, como los mapas catastrales, o nacional, como los mapas políticos que estudiábamos en el colegio), casi como documento notarial con el que quedan fijados los repartos de tierra y los derechos de cada quién sobre ella. Esta, nuevamente, no es una necesidad universal, y de hecho de ahí las diferencias culturales a la hora de mapear territorios. Con esto quiero decir que los mapas no representan una realidad tal como es, sino que la construyen también.
El problema al que me refiero es muy fácil de ver con los mapas políticos que estudiamos en el cole. Transmiten la idea de que la superficie de la Tierra está repartida entre unas entidades (los Estados) funcional y estructuralmente iguales, que dialogan en un mismo plano, que son delimitados y estables... Es cierto que en la realidad contemporánea el Estado-nación ha triunfado imponiéndose sobre otras modalidades de organización política y uso del territorio, pero aun en esta situación sabemos que hay Estados neo-coloniales y Estados neo-colonizados, Estados consolidados y Estados “fallidos”, territorios en disputa, pueblos sin Estado, pueblos en la diáspora, pueblos desparramados por varios Estados, Estados con fronteras diseñadas por los europeos que no tienen sentido para sus habitantes... Imaginad aún más la heterogeneidad que habría en los lugares o épocas donde el Estado-nación ni siquiera existía.
En el segundo mapa que os he mostrado, sigue existiendo el problema de la homogeneización. Vemos unas etiquetas con nombres que designan pueblos, pero esos pueblos no conformaban conjuntamente una “sociedad de naciones” como ocurre con los Estados de hoy, que dialogan en un plano formalmente igualado en tanto son todos Estado-nación y no otro tipo de organización política –ya que no se reconocen otras (pienso hoy por ejemplo en cómo el mes pasado los australianos han votado en contra de ofrecer a los pueblos aborígenes un mecanismo de representación propio, que los considere en tanto aborígenes con sus estructuras de liderazgo y necesidades propias y no solo en tanto ciudadanos del Estado australiano)–. El mapa, per se, no permite entender su diversidad, la heterogeneidad de sus formas de organización política y de uso del territorio, más que bajo nuestras propias categorías ya modernas y occidentales.