Como parte de mis estudios universitarios de Antropología Social y Cultural, cursé una asignatura de Antropología Forense orientada a la recuperación de la memoria y de la verdad con respecto a conflictos en los que se producen violaciones masivas de los Derechos Humanos. Durante el cuatrimestre que duró, realizamos dos prácticas de laboratorio en la que los profesores pusieron ante nosotros los restos óseos de cuerpos de víctimas de la Guerra civil española, aún sin identificar, para mostrarnos las técnicas de identificación habituales. Los textos a continuación son fruto de la experiencia de cada una de las dos prácticas.
Huesos I (12/11/2021)
Moriste en una guerra, una guerra que quizá no era la tuya, eras joven, o a lo mejor todos tus proyectos culminaban en tu entrega a una causa. Moriste en una guerra y ahora eres un coxis reconocible sólo porque las vértebras sacrales uno y dos no están del todo ensambladas. Coxis en el que te sentaste miles de veces, sobre el que reposó toda la columna que te hacía estar erguido, vivir. Esqueleto reducido, ni siquiera sé si los huesos que te rodean son tuyos, ahora tu cuerpo es un revoltijo entre otros cuerpos, la fosa común te hizo cuerpo común, entidad colectiva, a lo mejor ni conocías al dueño de este cúbito que coloco en la mesa a la derecha como si fuera tuyo, a lo mejor te caía mal porque se metía contigo en la trinchera, a lo mejor era tu mejor amigo o tu hermano o no lo era porque tu mejor amigo y tu hermano habían huido o estaban en otra trinchera y no los volviste a ver o peor estaban en la trinchera de la que te defendías. Ahora tu hueso está entre las manos de unos estudiantes, tu ardor en la batalla, el miedo o la fiereza cuando te fusilaron ahora es objeto de estudio, estabas en una caja de cartón que viajó hasta esta aula y yo me pregunto si hacemos bien en tocarte, tú tienes una familia o la tuviste, tú deberías estar en la tumba de tus seres queridos con flores vivas y no de plástico ni en una bolsa. Pero estás aquí, ante nuestros ojos inexpertos, y pienso en que tu cuerpo ha trascendido y ahora eres más que un individuo porque a través de ti intento entender la humanidad entera, tu cuerpo es un rompecabezas que no quiero mirar como ejercicio de intelecto puro, no eres un desafío a mi inteligencia, eres tan humano como yo y seguramente mis clavículas se parecerán a las tuyas, tendrán la misma forma de S, los huesos de mis muñecas también se confundirán con piedrecillas, mi primera costilla también parecerá gancho o garra, habrá una media luna en el primer metatarso de mi pie. No creo que quisieras esto ni tan siquiera que lo imaginaras y sin embargo sobre esta mesa representas la humanidad en su conjunto; preguntándome sobre la posición de este coxis que tenías para poder imaginarme al menos tu sexo, me pregunto también sobre la muerte y sobre la vida, sobre la identidad y los lazos que nos atan más allá del deceso, a ti y a mí (¿qué nos une y qué nos separa, a través del abismo de casi un siglo?). ¿Puedo respetarte y honrarte mientras toco con guantes de látex de color azul este trozo de naturaleza inorgánica, que casi parece leña partida y ennegrecida por la humedad, pero que una vez fue tejido vivo, parte de tu ser? Espero que sí, aunque de ti ya sólo existan estos fragmentos que no pueden responderme. Fuiste uno y ahora el anonimato te hace ser todos a la vez y no obstante aún eres único porque este otro cúbito no es idéntico aunque mide lo mismo, en un surco milimétrico cabe toda una singularidad donde sólo la imaginación, y ya no la ciencia, puede llegar a rastrear la vida. Este será mi modo de honrarte: recordarte por la grieta restante entre tus vértebras s¹ y s², la que me dijo que tenías mi edad, pues yo debo de tener la misma pero al mismo tiempo sus infinitesimalmente pequeñas irregularidades, las causadas por la diversa disposición de cada célula que se encaminó a la fusión, única cada una de ellas, te hacen ser exactamente quien eras, aunque ya no seas más que un coxis.
Huesos II (19/11/2021)
Cráneo liso surcado de meandros agudos, la vida no te fue suficientemente larga como para cerrar tus costuras de fábrica. Tú al menos reposabas en ataúd, aunque ahora estás aquí sobre una mesa porque creímos que podías ser la novia del famoso Carbonero. No lo eres, eras prácticamente una chiquilla. Veo con claridad separadas las vértebras de tu coxis, tantas piezas de tu cuerpo aún sin fusionar: la epífisis proximal del fémur, la cresta iliaca, el borde de tus escápulas. Ni siquiera te habían salido del todo las muelas del juicio en esa dentadura perfecta que conservas. Cráneo grácil de mujer, prácticamente adolescente. Pero trabajaste muy duro desde niña, lo sé por la entesopatía que se revela en tu húmero derecho (eras diestra), eras una niña de campo y quizá usaste la hoz desde los diez años y la tirantez de tus músculos exigió al hueso que se adaptara. No eras la novia del Carbonero, pero seguramente te enamoraste o estabas enamorada y a tu amor y a todos tus sueños te los has tenido que llevar a esa tumba, ni siquiera sabemos bien por qué te fuiste (¿será el golpe en tu cabeza?, ¿o ha sido un daño posterior?). Con suerte, moriste antes de tener la ocasión de ser una represaliada más, suerte que no eres la novia del Carbonero y no tuviste que sufrir por su suerte mientras luchaba por sobrevivir y mantener la causa de la resistencia. A ti, que sí te identifico, puedo imaginarte a las puertas de la vida. Espero que fueses rebelde, que te escondieses de la indiscreción de tus padres para conquistarte espacios de libertad, que cometieras errores para encontrar tu propio sitio. Espero que ninguno de esos errores fuera la causa directa de tu deceso. Espero que no fallecieras sufriendo, por enfermedad lenta y corrosiva. Espero que te diera tiempo a vivir, a hacer tuyo tu propio nombre. Y si no, aunque no sepamos tu nombre ahora, espero que quienes te enterraron lo hicieran con homenaje. Y si no, con mis pensamientos te lo hago yo ahora.