Estábamos este mediodía Adrián y yo viendo el nuevo vídeo-ensayo de Mozo Yefímovich (canal que, por cierto, no conocía y al que me he suscrito enseguida), titulado La PROFECÍA de Bo Burnham | ¿Cómo Internet entró en DESCOMPOSICIÓN?, y sin haber siquiera terminado de verlo se detonó entre nosotros una estimulante conversación que nada más empezar me dio ganas de trasladar a un texto escrito.
El punto en el que pulsé "pausa" y nos acabó enfrascando en el diálogo en cuestión es el minuto 40:34, cuando Yefímovich dice (y a la vez se lee en pantalla) lo siguiente:
Antes Internet era una vía de escape del mundo real; ahora el mundo real es una vía de escape de Internet.
Esta frase me hizo pausar el vídeo y decir: Wow, qué real, para acto seguido hacerme pensar: ¿No es muy llamativo cómo hemos conceptualizado Internet como un mundo virtual, contraponiéndolo a lo que llamamos mundo real?
No puedo distinguir aquí qué ideas expresé yo específicamente y cuáles expresó Adrián (esta es una de las grandes bellezas del auténtico diálogo, que las ideas se entrelacen y se estimulen recíprocamente hasta tal punto que no tengan una autoría estricta o sean, en cierto modo, de autoría común), así que lo que sigue es inevitablemente mi línea de pensamiento (tal y como yo estoy decidiendo organizarlo en este texto de mi propia composición) al respecto de todas las cuestiones que hemos puesto sobre la mesa, pero quiero destacar que no es fruto de un monólogo mental mío.
El mundo real y el mundo virtual
El pensamiento occidental, a muy grandes rasgos, se ha caracterizado históricamente entre otras cosas por una determinada forma dualista de entender el mundo: por un lado, hay una esfera de lo corpóreo o material; por otro lado, hay una esfera de lo ideal (o relativo al pensamiento) e inmaterial. Otra pareja destacada de nuestro pensamiento es la de la esencia y la apariencia: todas las cosas tienen un núcleo esencial que se encuentra -metafórica o literalmente- en su interior y están envueltas en apariencias -de forma también literal o metafórica-.
Estas distinciones, que pueden parecer algo muy abstracto, permanecen en nuestros días, por ejemplo, bajo la forma del discurso de la autenticidad, por el cual las personas tendríamos una especie de núcleo íntimo esencial que constituye nuestro verdadero ser y que no es inmediatamente accesible, a la vez que estamos "recubiertos" de una capa exterior de apariencias que no representan lo que verdaderamente somos, sino que son una especie de fachada.
He pensado en estas cosas porque, parándome a considerarlo, es llamativo que nos parezca tan natural pensar en Internet en términos de un mundo virtual, que sistemáticamente contraponemos al mundo real o físico. La concepción de Internet como un mundo abstracto, incorpóreo, inmaterial, de circulación de ideas intangibles, etc., me parece un claro reflejo de este poso cultural del dualismo. De hecho, ver la cuestión desde esta genealogía me permite entender mejor cómo es posible que en nuestra cultura contemporánea las interacciones en Internet se consideren "virtuales" y, por tanto, menos reales (o con un estatus de realidad diferente) y, a la vez, para tantos usuarios Internet sea más bien una especie de vía de acceso privilegiada a una forma de estar más auténticamente en el mundo (por ejemplo, ser "uno mismo").
Y es que ese dualismo del pensamiento occidental ha dado lugar a la convivencia histórica de dos posturas contradictorias entre sí. Por un lado, la noción de que lo esencial, lo más verdadero, está precisamente en la dimensión ideal de la realidad. Bajo esta perspectiva, lo corpóreo se caracteriza por su opacidad y es fuente de ilusiones y parcialidad, mientras que lo incorpóreo permite, gracias a su "transparencia", acceder a la verdad tal cual es, sin mediaciones. A la vez, y por otro lado, se da la noción de que es solo a través de lo corpóreo que podemos acceder a algún tipo de conocimiento, puesto que como seres humanos nuestras capacidades de conocer se ven limitadas por nuestros sentidos y, por tanto, por nuestra experiencia sensorial del mundo. Desde esta óptica, ese "mundo de las ideas" no es más que un derivado por abstracción, que debe remitirse siempre a la que es la realidad más inmediata: la del mundo físico.
Esta contradicción me parece análoga a la que se da en la valoración de lo que ocurre en el "mundo virtual". Simultáneamente conviven dos ideas diametralmente opuestas. Según una de ellas, las condiciones de incorporeidad que Internet otorga al usuario (que se presenta a sí mismo fundamentalmente como texto, que puede acceder desde cualquier lugar, que puede anonimizarse, etc.) le permiten acceder a y compartir la versión más "auténtica" de sí mismo, liberada de los prejuicios y encorsetamientos que pueda suscitar la apariencia de su aspecto físico. Según la otra, es imposible conocer a una persona por Internet y, de hecho, Internet es fuente de engaño; por el contrario, solo en persona podemos hacernos una idea adecuada de los demás y de los productos, que en Internet aparecen en una versión abstraída que no nos permite conocer de forma fiable.
Y, a pesar de todo, estas dos formas de valorar Internet coinciden en una misma premisa: en considerar Internet como un mundo virtual opuesto al mundo físico.
Sin embargo, Internet no tendría por qué parecernos una dimensión menos física que la de este llamado "mundo físico": es posible solo mediante la concurrencia de una gigantesca y planetaria infraestructura de cableado, de producción y distribución de recursos (electricidad, materiales para la fabricación del hardware, agua, etc.), y es accesible para el usuario a través de un objeto que no es menos material al tacto que un libro, una carta o un teléfono fijo con el que hacer llamadas telefónicas. Lo que me lleva a plantearme la cuestión: ¿Tiene algo Internet específicamente que lo haga más intangible en apariencia que el libro, la carta o el teléfono fijo?
La inmaterialidad del texto escrito
El médico de formación y filósofo Drew Leder escribió en 1990 un libro llamado The Absent Body, en el que se dedica a analizar las razones por las cuales en el pensamiento occidental se ha tendido a tratar el cuerpo como "ausente", describiendo un buen número de actividades o características del ser humano (como el pensamiento o el lenguaje) como incorpóreas.
Al respecto del lenguaje1, señala que, si bien es indudablemente un proceso corporal, el desarrollo del dominio sobre un lenguaje involucra una suerte de ocultamiento del carácter corpóreo del mismo, haciendo que el lenguaje nos resulte transparente. Esto es lo que experimentamos al aprender un idioma: al inicio, nuestra consciencia se focaliza recurrentemente en la propia estructura del lenguaje, nos paramos a pensar en cómo se pronuncia o escribe una palabra, qué tiempo verbal tenemos que emplear, qué significa un conjunto de signos, etc.; cuando leemos un texto o escuchamos un discurso, nos perdemos buena parte del significado a causa de la atención que tenemos que prestar al lenguaje mismo. Por el contrario, con nuestra lengua materna esto no nos ocurre: al hablar, no prestamos atención a la pronunciación de los fonemas, sentimos que simplemente estamos expresando lo que queremos expresar, y lo mismo ocurre cuando escuchamos y cuando leemos o escribimos (no tenemos que detenernos a interpretar los trazos o sonidos -qué fonemas representan- ni a descrifrar el significado de los términos, simplemente entendemos lo que se nos dice).
El lenguaje escrito, además, añade un plus en esta sensación de incorporeidad del lenguaje: si el discurso se mantiene vinculado al cuerpo y su localización en la oralidad, cuando es puesto por escrito parece volverse independiente del cuerpo humano que lo produjo y del contexto, es capaz de sobrevivirle durante siglos, puede encontrarse simultáneamente en múltiples lugares y muy distantes del lugar de origen, etc. En suma, la ideación, puesta por escrito, parece liberarse de los límites espaciotemporales del cuerpo, convirtiéndose en algo impersonal, independiente, sin contexto fijo.
Hoy, con casi 35 años de distancia, podríamos argumentar que el texto digitalizado añade otro plus extra a la sensación de incorporeidad del lenguaje. Si para Platón y Sócrates el debate estaba entre si era más apto para la búsqueda del conocimiento el discurso oral o el escrito, lo que se debate hoy es si se lee y aprende mejor sobre papel o sobre pantalla (o sobre ese híbrido que constituye la "tinta electrónica").
El texto escrito como tal (sobre un soporte no digital) ya permitía el anonimato y la superación de las barreras espaciales y temporales, y también, de manera diferente, la invención del fonógrafo y del teléfono. Sin embargo, no nos parece que estas tecnologías instaurasen un "mundo virtual" superpuesto y/o diferenciado del "mundo físico". Más bien, podría decirse que permitían una especie de ensanchamiento del mundo, una ampliación de sus capacidades físicas. ¿Cuál es el gran cambio que presenta Internet para que sí haya inaugurado esta supuesta realidad doble en la que se dice que hoy vivimos?
Internet y el simulacro
Es un lugar común a la hora de hablar de los efectos de Internet sobre nuestro mundo citar la noción de simulacro y de hiperrealidad propuestos por Baudrillard para describir el mundo contemporáneo o "posmoderno":
Hoy en día, la abstracción ya no es la del mapa, la del doble, la del espejo o la del concepto. La simulación no corresponde a un territorio, a una referencia, a una sustancia, sino que es la generación por los modelos de algo real sin origen ni realidad: lo hiperreal. El territorio ya no precede al mapa ni le sobrevive. En adelante será el mapa el que preceda al territorio —PRECESIÓN DE LOS SIMULACROS— y el que lo engendre, y si fuera preciso retomar la fábula, hoy serían los jirones del territorio los que se pudrirían lentamente sobre la superficie del mapa. Son los vestigios de lo real, no los del mapa, los que todavía subsisten esparcidos por unos desiertos que ya no son los del Imperio, sino nuestro desierto. El propio desierto de lo real2.
En la cuarta y última fase, la simulación se habría desvinculado de toda referencia con la realidad, siendo solo puro simulacro, dando lugar a la hiperrealidad.
Es interesante recordar que Baudrillard no se está refiriendo aquí a Internet, o al humor online irónico e hiper-meta-referencial de la "generación millennial joven" y "generación Z mayor", ni al catálogo infinito de imágenes producidas por influencers en Instagram. Por el contrario, pone como modelo de simulacro un parque temático como Disneylandia. Esto me ha llevado a pensar que, quizá, estamos atribuyendo a Internet la aparición de fenómenos que se retrotraen a, por lo menos, la sociedad de consumo.
La existencia y el uso de Internet, decía antes, no solo es material, sino que exige un uso masivo de recursos materiales. No obstante, muchas de sus aplicaciones han recibido nombres que lo hacen parecer algo etéreo: por ejemplo, la nube. La noción de "nube" nos hace imaginar que los archivos digitales flotan en el cielo, ligeros, casi transparentes. En cambio, la "nube" tiene un aspecto completamente diferente, más semejante a una enorme nave industrial poblada de servidores con pilotos destellantes que producen un ruido atronador y que consumen diariamente cantidades ingentes de energía y agua. Los archivos digitales (y los dispositivos que necesitamos para acceder a ellos) son muy materiales: ocupan espacio y consumen energía.
Lo que ocurre es que no tenemos ningún contacto con la dimensión material de esa nube. Si mi ordenador tiene 2TB de capacidad, soy consciente de que si deseo ampliar dicha capacidad necesito un objeto material que ocupa un determinado espacio para ampliarlo; además, sé que al utilizarlo tarde o temprano tendré que conectarlo a la corriente, porque su uso consume energía. En resumen, puedo hacerme una cierta idea de estos requerimientos materiales. Por el contrario, no tengo ni la más mínima idea de cuánto ocupa mi cuenta de Twitter, mucho menos la suma de todos los perfiles que en algún momento me haya abierto en distintos servicios en línea, y en principio, si quisiera, a golpe de clic podría crearme no sé cuántas cuentas de Google y ampliar de forma virtualmente infinita el espacio para guardar mis archivos personales.
Podría concluirse entonces algo así como: Me encuentro desvinculada de los procesos y soportes materiales que sustentan mi actividad en Internet, y por eso me parecen prácticamente incorpóreos, frente al contacto más inmediato que puedo tener con la materialidad de otro tipo de medios, como por ejemplo un libro, de cuyo proceso de producción y distribución me puedo hacer una idea más clara.
Pero... ¿es así del todo?
La materialidad invisibilizada y el privilegio
Cuando me abrí mi cuenta de Mastodon, en verano de 2023, me registré en la instancia masto.es, administrada por un tal Roberto. Con gran hospitalidad, Roberto acoge en Mastodon a los recién llegados con algunas indicaciones a modo de orientación, sobre cómo funcionan Mastodon y el servidor, y con respecto a buenas prácticas en el entorno del Fediverso. Una de estas buenas prácticas, que recomendaba y a la vez solicitaba, era la de emplear la herramienta de borrado automático recurrente de publicaciones que Mastodon ofrece, y explicaba su importancia de cara a no sobrecargar el espacio del servidor innecesariamente. Además, informa regularmente del coste económico que requiere el mantenimiento del servidor, para que sus usuarios consideremos contribuir voluntariamente a su financiación.
Hasta entonces, no me había planteado nunca -proviniendo de Twitter- que mi perfil en una red social ocupase un espacio en el servidor y que mis publicaciones antiguas, a las que ni yo (ni probablemente nadie) no me iba a molestar en revisitar, estaban suponiendo un coste en términos de espacio y energía. Tampoco me había preguntado nunca cuánto pesaría una página web, y me dejé fascinar por el concepto de web pequeña, ligera o minimalista (de ahí que ahora comparta mis textos de mayor extensión aquí, en Mataroa).
Hay una razón bastante clara por la que como público general no somos muy conscientes de esto: a las compañías que ofrecen servicios de Internet les interesa que no lo seamos. En efecto, no puedo evitar repetir aquí esa ya tan manida consigna de que si no tienes que pagar por un producto, es que el producto eres tú; y es que las grandes plataformas de la web son, básicamente, agencias de publicidad cuya existencia depende de una creación y consumo constante de "contenidos", que les permita generar datos de sus usuarios que poder vender después a los mejores postores. En otras palabras, su interés está en que generes contenido todo el tiempo, cuanto más mejor, y en que lo consumas sin fin también. ¿Para qué iban a informarte de la huella ecológica de tu actividad en Internet? ¿Para qué iban a optimizar sus propias webs y plataformas en términos de eficiencia energética, si tienen que rellenarla de banners, rastreadores, recopilación de datos, etc.? No, a las compañías les interesa que continúes con la sensación de que la nube es etérea, sin un impacto material.
Y esto me lleva al punto al que quería llegar: las prácticas de invisibilización y ocultamiento de los procesos materiales implicados en que determinados productos o servicios se lleven a cabo no es un invento reciente, sino que es, de hecho, una dinámica vinculada a la existencia misma del privilegio. Te pongo múltiples ejemplos. El "bienestar" de las sociedades occidentales actuales se asienta sobre la invisibilización de los procesos de extractivismo y subordinación de los países del resto del mundo. La aparente "limpieza" de nuestros entornos higienizados se produce con la sobreacumulación de desechos no reciclables (o, al menos, no reciclados) en vertederos de las periferias urbanas y globales y con un nivel de contaminación sin precedentes de la atmósfera, la hidrosfera y la biosfera. En una perspectiva más micro, el "éxito" de los hombres (varones) hechos a sí mismos se asienta sobre el trabajo invisible de las mujeres de su entorno, que han asumido toda una serie de cargas de trabajo que lo "liberaban" para dedicarse en exclusiva a su carrera. Los trabajos de servicio se han basado siempre, históricamente, en su auto-ocultación: cuando vas a un hotel, se trata de que disfrutes sin preocupaciones, y por eso el personal de limpieza actúa cuando tú no estás y no entras en contacto con él, así como tampoco con el personal de cocina, entre otros. Del mismo modo, el rey del Estado más temprano y rudimentario de la historia, se habría presentado ante la gran mesa de su gran salón y se habría visto servido de toda una serie de platos generosos y suculentos, cuya elaboración habría tenido lugar en áreas del palacio que jamás habría pisado (la entrada y las zonas de trabajo del servicio están separadas, el rey no interactúa con el servicio de forma directa, sino por mediación de un jefe/a, etc.), con materias primas producidas en áreas rurales que jamás habría llegado a conocer.
¿Y qué decir de nuestra experiencia del supermercado? Claro que sabemos que la leche viene de la vaca, pero no tenemos ni idea de qué vaca(s) proviene la leche que bebemos, las condiciones en que se ha producido y cómo ha llegado hasta el pasillo del supermercado donde la hemos comprado (o nos hacemos una idea vaga y genérica de ello). En nuestra experiencia cotidiana, los productos simplemente están ahí, ante nosotros, como si espontáneamente se generasen y regenerasen en sus correspondientes estanterías de la tienda, sin que podamos hacernos una idea concreta de todas las personas y recursos que han intervenido para hacer "aparecer" el producto ahí donde llega a nuestras manos. Y, como en la que vivimos es una sociedad de servicios, tampoco nos hacemos apenas una idea de todos los procesos y trabajos bien materiales que sustentan nuestras actividades cotidianas. Necesito un producto, accedo a Internet, lo compro, y al día siguiente (¡o incluso en unas horas!) "aparece" en mi puerta (me lo trae un repartidor, pero no tengo ni idea de qué hace antes y después de presentarse en el rellano de mi piso).
En resumidas cuentas, la ilusión de la inmaterialidad no es un fenómeno específico de Internet, sino más bien una ficción fabricada para ocultar cómo la comodidad, la limpieza, la inmediatez, la sencillez y la supresión de padecimientos que se nos presentan como un resultado del progreso y de la superioridad de nuestra civilización se asientan en realidad sobre las incomodidades, la suciedad, el trabajo constante, las complejidades y el sufrimiento que se externalizan a otras personas. Y esta ilusión existe desde que existen en la humanidad clases de personas privilegiadas: la experiencia del privilegio se acompaña del mantenimiento de esta ilusión, que, por cierto, requiere también una cantidad ingente de trabajo y de recursos para su mantenimiento constante. Internet es la enésima expresión de este fenómeno, que en realidad adquirió sus enormes proporciones décadas antes, con el advenimiento de la sociedad de consumo. Es, en cierto modo, a la vez, una herramienta para construir y mantener esa ilusión.
Conclusión: ¿qué mundo real?
Así pues, Internet no es tan esencialmente distinto del "mundo real", que está ya plagado de las virtualidades y simulacros que facilitan a los sistemas de dominación seguir operando. Es, como las otras tantas invenciones que lo precedieron, una tecnología que amplía el dominio de lo real, ampliando al mismo tiempo la capacidad de la dominación. Y ninguna forma de dominación se dedica solo a dominar: todas ellas invierten recursos para naturalizar su dominación y para invisibilizar esas mismas operaciones de naturalización de su dominación.
No pretendo argumentar con esto que Internet es un espacio neutral, todo lo contrario: el caso es que tampoco nuestro "mundo real" es neutral lo es. Reduciendo el problema a una cuestión de mundo físico vs mundo virtual naturalizamos el mundo en el que vivían nuestros padres y abuelos antes de Internet, como si ellos hubieran tenido ante sí un mundo puramente real, un mundo verdadero no mediado por fantasmagoría alguna y carente de ficción y simulacro, mientras que nosotros nos vemos condenados a un mundo distorsionado, pervertido por la mediación del mundo virtual omnipresente. La memoria colectiva es corta y tiende a usar un pasado que en realidad es muy reciente como punto de referencia, como si el estado "basal" de las cosas fuera en el que vivieron nuestros abuelos, mientras que las generaciones sucesivas han introducido una alteración o desviación de ese orden de cosas original. La verdad es que nuestros abuelos no estaban más cerca de "lo auténtico" que nosotros (¿qué es "lo auténtico", de todos modos?).
Tampoco es mi intención que este sea un alegato relativizador. No, no estoy de acuerdo con que la invención de Internet sea básicamente equivalente a la invención de la imprenta y que cualquier objeción contra sus aspectos problemáticos pueda responderse sobre la base de que también en el siglo XV se vaticinasen unos supuestos perniciosos efectos del texto estampado. Más bien, la idea es superar la simplista contraposición del presente y el pasado, para detectar las continuidades con lo pasado que se hacen presentes en el hoy. No es que no haya nunca nada nuevo bajo el sol, es que la novedad nunca se crea de la nada. Y, sobre todo, se trata de una advertencia hacia la frase citada al inicio: la salvación respecto a nuestros problemas contemporáneos no viene dada por la desconexión de Internet; aunque apaguemos el móvil, el "mundo real" sigue plagado de simulacros de los que nos tenemos que defender colectivamente.
Addendas
Tras compartir este texto con Mario, me respondió con los siguientes párrafos, que me han parecido de gran interés para la discusión:
Hay muchas cosas que me recuerdan a La sociedad de la externalización, de Lessenich (creo que es la segunda vez que te cito este libro, la primera también por un texto tuyo creo, pero es que la cuestion de externalizar [costes, cuerpos, trabajo, daño, explotación, desechos] es la cuna de occidente), veo también cuestiones sobre el texto y Derrida, y a Foucault (qué remedio). Un mundo virtual que pretende pasarse por trascendente, separado, diferenciado. Como un señuelo, una distracción. Pero que sin embargo es en realidad algo diseminado en el mundo real. Un dispositivo, o una estrategia de ocultamiento que precede a internet y que está imbricada en la sociedad de consumo.
Me parece super mega perspicaz la reflexión. Sí es cierto que, pensándolo, yo añadiría toda una reflexión más sobre cómo este dispositivo de ocultamiento de la materialidad es también un dispositivo que exhibe, y que produce. Quizá es que todavía llevo los ropajes foucaultianos, pero en estos casos sí que pienso que a todo dispositivo de ocultamiento, de censura, le sigue una capacidad exhibidora, de producción. Y no solo hablo de producir ilusiones o idealizaciones. Es por ello que cuando el ocultamiento cae (las personas "descubren" que las ilusiones son falsas), el consumo todavía resiste. Porque no siempre se ha mantenido ese ocultamiento ¿no?
De hecho ha habido momentos en la historia donde la materialidad de los procesos de producción que encuadran una sociedad de consumo han sido deliberadamente exhibidos, enaltecidos, erigidos como signos de progreso. No hablo ya de épocas de la Revolución Industrial, mismamente las exposiciones y congresos sirven a veces para eso, para exhibir la gran materialidad que hay detrás de lo que para la mayoría de personas es solo un concepto: la gran parafernalia que es un ordenador cuántico, semejante bicho lleno de cables por todos lados, sin embargo no solo nos enseñan eso. Nos enseñan el ordenador y también nos enseñan cómo tenemos que ver la materialidad del ordenador ("wow, que chulo", "ala, qué pasada"), lo que encubre todo un marco de exhibición (del ordenador) y de producción (de valores, categorías, conceptos).
Otro ejemplo: Google tiene toda una página web propia, titulada "nuestros centros de datos", donde puedes ir visitando una por una cada base de servidores de Google a lo largo del mundo, e incluyen fotos , desde fuera y desde dentro de los edificios. Ahora bien, ¿cómo lo exhiben? "Anochece sobre nuestro centro de datos del condado de Douglas, en Georgia, a las afueras de Atlanta", ponen en el subtítulo de una foto artística y profesional. La foto, la verdad, es preciosa: incluye un cielo lleno de nubes, en mitad de un atardecer. Otra foto es de un centro en Quilicura, Chile: "Estas instalaciones, situadas en el municipio de Quilicura (cerca de Santiago de Chile), constituyen uno de los centros de datos más respetuosos con el medioambiente de Latinoamérica", pa mear y no echar gota. A otra foto en Finlandia le ponen título, "Una sorpresa blanca", y dicen: "El invierno en Finlandia nos brinda un bonito pasaje a medida que el golfo se congela y hace posible esta pintoresca imagen de nuestro centro de datos". La foto es auténticamente preciosa, llena de nieve y un cielo super azul.
Con esto pienso no solo que al ocultamiento se le sigue un tipo de exhibición concreta. Pienso que no solo se fabrica una ilusión que oculta, un mundo virtual que desplaza; se fabrican interpretaciones de lo material. Categorías, valores, miradas, perspectivas de lo material. Y eso es porque no simplemente se oculta cierta materialidad, sino que se oculta cierta materialidad unida a unas interpretaciones y perspectivas concretas de la misma, realizadas desde unos valores concretos. Se ocultan, por así decir, los lados feos de la fotografía, aquello que puede dar lugar a una torcedura de morro. Pero ello ocurre porque hay un sistema detrás que también se encarga de exhibir y de producir, como digo, no solo ilusiones, sino también perspectivas e interpretaciones sobre lo que paradójicamente decimos que se pretende ocultar.
Pienso también, que el ecologismo (y la respuesta de la sociedad al ecologismo) es una evidencia de esto. De que incluso cuando ese velo se desvela, cuando ya no hay ocultamiento, cuando las personas sí que entran (se descubren, más bien) en contacto con la materialidad de los procesos que le rodean, sin embargo, no se reconocen responsables, interpelados; es decir, no lo problematizan, a veces ni se lo creen. Y eso es porque todavía está el peso de las imágenes artísticas de Google detrás, por poner un ejemplo. Internet, irónicamente, es el campo perfecto donde este juego de exhibición se desenvuelve.
Raquel | Tienes mucha razón. En el mostrar hay siempre un ocultar: si te muestro estos centros de datos vas a tener la sensación de que ya has visto, de que ya sabes; pero en realidad no ves todo lo que hay (en esas imágenes no están la desertificación, la mano de obra que produce el hardware, los mega túneles de cableado submarino y la alteración ecosistémica producida al construirlos, etc). Lo mismo en la exposición, como si me dices el British Museum: te enseño aquí las glorias de la civilización egipcia, pero separadas de los pormenores de toda la maquinaria de expolio que he necesitado para que lleguen a estar aquí. |
Mario | Justo!! Aunque pienso que incluso podrían enseñarte todo lo que hay: solo depende de las categorías que utilicen. Pueden enseñarte ese tunel, o esa desertificación, todo depende de que le pongan un título adecuado, digan que es "pintoresco", "bello", y articulan un discurso de valores y saber detrás. Es espeluznante en realidad jaja. |
Raquel | Buf no creo eh? En plan, cómo enseñas a los niños trabajando en las minas de coltán? O las fábricas en Asia con enrejados en las ventanas para que la gente no se suicide. Hay cosas más fáciles de blanquear que otras. Pueden darte el dato de la cantidad de CO2 emitido, pero no tiene por qué tener valor para ti, no tienes por qué comprender sus implicaciones. Y la desertificación no te la van a enseñar, en plan, un timelapse de cómo hemos agotado las reservas locales de agua. Otras cosas es que es difícil atribuirles la responsabilidad a un único agente. Exponer la materialidad en mi opinión no es solo mostrarte una imagen, es hacerte llegar sus implicaciones y significados, se parece más justamente a la labor que intentan hacer los ecologistas. Y como decías, aun así no es siempre exitoso. Porque el propio hecho de estar en una sociedad tan segmentada, hiper especializada, con las cosas deslocalizadas, pues altera nuestra capacidad de percibir el conjunto de los procesos. |
Mario | No todo se puede exhibir, pero sin embargo me resulta increíble cómo en el plano medioambiental son capaces de ponerte una foto artística, sea de lo que sea, y que te la comas. Porque te enseñan también cómo tienes que mirar, en qué te tienes que fijar y cómo lo debes interpretar. Las vidas humanas es como nuestro click en el que despertamos, nuestro límite, pero sin embargo nos ponen metros de túneles, fotografías desde drones de centrales puestas en medio de bosques (para las cuales se ha llevado por delante todo un amplio perímetro), y nada. No hay un ápice de empatía. |
Raquel | Ya, tienes toda la razón... Es imposible tomar una fotografía sin que medie una decisión sobre cómo quieres que se interprete lo que fotografías. Esto ya es entrar en el área de por qué la cámara es siempre "mentirosa" (o, saliendo del paradigma representacionalista, la cámara es siempre performativa). No tendría por qué ser para mal... Pero sí es un arma muy poderosa. Básicamente es lo que hace posible el márketing y la propaganda y todas estas mierdas con el nivel de sofisticación en que las tenemos hoy. Quizá sea particularmente retorcido por el hecho de que la imagen tiene una ilusión de transparencia, de verdad, que el relato no tiene (la cámara y el fotógrafo se ocultan a sí mismos). |
Por otra parte, al compartir con Adrián el texto una vez ya redactado, me sugirió "afilar" la conclusión. Para él, es necesario destacar que -y cito textualmente- no hay que olvidar que todo es material y que los malos lo saben.
Tal y como yo lo entiendo, se trata de no caer en el facilismo de colocar toda la acción emancipatoria sobre el gesto individual de la "desconexión". Es una maniobra ya clásica, consistente en poner toda la responsabilidad del cambio social sobre el consumidor, lo que no es más que un intento de descargar de esta responsabilidad a las empresas. Las big tech son plenamente conscientes de que ejercen un esfuerzo activo por hacer que la población mundial sea dependiente de sus productos, y no dudan en tratar de dar forma al mundo de tal manera que se vuelvan imprescindibles y no dejen de afluir los beneficios. Al mismo tiempo, son plenamente conscientes de que esto lo llevan a cabo a costa de perjuicios para los trabajadores, los consumidores y, en realidad, todos los habitantes del planeta (incluidos los seres no humanos).
En este sentido, y una vez que ya hemos terminado de ver el resto del vídeo-ensayo de Mozo, me gustaría compartir estos fragmentos tomados de un artículo de Alba Lafarga3, citados en el vídeo a partir del minuto 1:27:50:
Desconectar de forma definitiva no es una opción deseable ni universalizable. Renegar del mundo y retirarse solo es una decisión individual o de un grupo reducido de personas. No asume ninguna responsabilidad hacia el entorno ni la sociedad que se deja atrás. [...] En verdad nos venden la desconexión como una pausa necesaria para recargar las pilas antes de volver al sistema; simples herramientas al servicio de la productividad que nunca supondrán una solución al problema de base, que es la economía de la atención.
Yo iría más allá, y en esto comparto punto de vista con Mozo: no se trata solo de la economía de la atención como una forma específica del capitalismo contemporáneo (como si existiera un "capitalismo bueno" anterior), sino del capitalismo en sí mismo. Y aunque el capitalismo sea una estructura social y por tanto el problema no se limite a sacar del sistema a unas supuestas "manzanas podridas" (como si el problema fuera simplemente el carácter individual de tal o cual milmillonario), eso no significa tampoco que las responsabilidades deban diluirse hasta volverse insignificantes: los grandes males a los que nos enfrentamos a día de hoy tienen grandes nombres y apellidos, y ellos son perfectamente conscientes de las materialidades que hay en juego, de tal modo que hacen y harán todo lo que esté en sus manos por defender su máximo dominio sobre ellas. Internet es algo muy material, tanto como la vida misma, no es mero mundo etéreo neutral y natural, y el ocultamiento de este sencillo hecho tiene una intención clara: ocultar, neutralizar y naturalizar el modo en que se nos quiere explotar y dominar a través de él.
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Sintetizo aquí lo planteado por Leder en las páginas 121-126, en la edición de 1990 de The University of Chicago Press. ↩
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Jean Baudrillard, Cultura y simulacro, en las páginas 5-6 de esta versión disponible en línea: https://raularagon.com.ar/biblioteca/libros/Baudrillard/Jean%20Baudrillard%20-%20Cultura%20y%20simulacro.pdf ↩
-
«No thoughts, head empty». ¿Es la desconexión digital una utopía?, por Alba Lafarga (7 de marzo de 2023), en CCCBLAB: https://lab.cccb.org/es/no-thoughts-head-empty-es-la-desconexion-digital-una-utopia/. ↩