Recogiendo esta cita de Juan Carlos Pérez en Anarquía relacional...
El término «romántico», por otra parte, nos trae a la cabeza imágenes de ternura, caricias, mimos, cenas frente a una chimenea o en la playa a la luz de la luna. Y eso no tiene nada de malo. De hecho, lo único que tiene de malo es que no lo hacemos bastante.
... pienso que para romper con la cultura de la monogamia1 el foco que me parece no solo más útil, sino también más gratificante, no está en rebuscar todo lo malo que hemos interiorizado (celos, inseguridades, deseo de exclusividad...) y ponerlo en la picota, sino en tomar la resolución de ensanchar nuestro afecto y responsabilidad, en otras palabras, de cultivar una cierta generosidad sentimental y de cuidado hacia quienes ya nos rodean. Me explico:
Antes que plantearnos el desgarrador desafío de enfrentar sin miramientos el terror que nos suscita romper con la exclusividad romántico-sexual, que tanto nos sacude por el miedo a ser remplazados y desechados, a convertirnos en un segundo plato, a no ser amados... ejercitemos nosotros en primer lugar un amor expansivo hacia las relaciones que ya nos rodean (y luego ya se verá si queremos ensayar otro modelo de pareja).
Habitualmente se critica la categoría del amor romántico, pero la categoría amigo no es menos producto sociocultural que la categoría pareja... ¿Cuánto damos por hecho a nuestros amigos? ¿Cuánto pensamiento cotidiano les dedicamos? ¿Cuántas expresiones de afecto sincero y profundo les ofrecemos? ¿Cuánto nos preocupamos por mantener en nuestras amistades la ilusión, el mimo, la atención? ¿Cuánto hacemos por transmitir a nuestros amigos lo especiales que son para nosotros y lo especiales que nos hacen sentir?
Retomando la cita inicial: no se trata de degradar el amor romántico, ni tan siquiera a la figura de la pareja, sino de ensancharlo de tal manera que en vez de limitar, dignifique el sentido de todas nuestras relaciones y afectos.
Liberar los afectos y las relaciones no consiste en acostarnos con más personas ni en atravesar más infatuaciones amorosas o enamoramientos. No podemos concebirlo como un mero aumento de beneficios ni tampoco como un sacrificio.
Consiste más bien en cuidarnos y querernos desde el apoyo mutuo, el conocimiento recíproco y la responsabilidad compartida, en vez de desde la coacción y los roles socialmente impuestos, que perpetúan nuestra sensación de aislamiento y desamparo.
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Entiendo aquí la monogamia no como el hecho de tener una pareja romántica en la que se da exclusividad afectivo-sexual, sino en un sentido más amplio: como una forma general de estructurar la sociedad en la que se presupone que la unidad social e institucional fundamental, tras el individuo, es la familia nuclear construida a partir del matrimonio, que a su vez se asienta sobre la idea de que la pareja romántica es la relación privilegiada y más legítima, a través de una formalización institucional, alrededor de la cual se construyen también vínculos económicos (como compartir propiedades, convivir), y que otras relaciones son subordinadas, accesorias e informales y por tanto no requieren la misma inversión a nivel afectivo, material y existencial en general. ↩