🌸Raquel de Abril🌸 (@janadelbosco)

Te quiero con tus... ¿defectos?

Me gustaría esbozar unos apuntes sobre la idea de «amar a alguien con sus defectos».

Mi idea de partida es que me parece importante definir a qué nos referimos con “defectos”, porque bajo esta palabra se pueden colar muchas cosas que convertirían a esta frase en una llamada a la resignación frente al malestar o incluso a la violencia. No se trata de que debas amar a alguien cuyo supuesto “defecto” es una actitud moralmente reprochable.

Una alternativa que se me ocurre es hablar de “dificultades”, más que de defectos. Creo que es interesante por dos razones:

  1. La noción de “defecto” tiene unas connotaciones fatalistas, como si habláramos de un “error de fábrica” congénito sobre el que no se puede hacer nada más que aguantarlo. En cambio, la idea de “dificultad” nos invita a pensarlo como problema ante el cual se pueden (¡y deben!) tomar unas medidas (digo medidas y no soluciones, ya que no toda dificultad es suprimible).

  2. Por esa misma razón, el concepto de “dificultad” pone el foco en el elemento de responsabilidad más que en el problema en sí.

Me explico. Antes dije que podríamos estar llamando “defecto” a lo que en realidad es una conducta reprochable. Pongámonos en el caso de que el problema en cuestión es que la persona a la que quieres a veces te grita1. ¿Es eso motivo suficiente para que debieras romper del todo con ella? Depende.

Depende de cuánto se haga cargo. Depende, precisamente, de si, cuando se lo señalas, se encoge de hombros y te dice “Pues es que soy así y ya está” (traducido: este es mi defecto y tienes que poder amarme con él) o bien te dice “Tienes razón y la verdad es que me siento muy en dificultad ante conversaciones complicadas para mantenerme en calma y no gritarte... ”.

Ahora que no estamos hablando de un “defecto”, sino de una dificultad, podemos afrontar el problema juntos. Podemos empezar por reconstruir los motivos por los cuales pierdes la calma, revisitar ocasiones pasadas en las que has reaccionado mal, identificar qué cosas te dificultan o facilitan cambiar esa conducta y comprometernos juntos a poner medios para reducir los obstáculos y aumentar las facilidades.

Ahora sí puedo quererte con esta dificultad, y no pese a ella, sino con ella, porque forma parte y es producto de tu historia, forma parte de la persona que eres, pero no en el sentido fatalista que hemos rechazado. Te quiero con esta dificultad porque tu propio modo de lidiar con ella y el acompañarte en esa batalla pueden ser motivos para quererte más, quererte mejor.

Hay otro matiz del concepto de “dificultad” sobre el que creo que merece la pena detenerse, y es que tiene un sentido relativo. Mientras que el concepto de “defecto” pone el problema dentro de ti, considerando como inherente y completamente negativo un determinado rasgo de tu personalidad o conducta, la idea de “dificultad” se refiere al impacto de un rasgo en un determinado contexto. ¿Por qué esto importa? Porque un rasgo que puede suponer una dificultad en un determinado contexto no tiene por qué ser problemático de por sí y, es más, puede ser relevante y beneficioso en otro contexto o canalizado de otro modo. De ser así, no se trataría de intentar suprimir el rasgo, sino de intervenir sobre las condiciones donde suele producir una dificultad2. De ser así, no solo podría decir que te quiero con tu dificultad, sino que te quiero por ella, porque es una manifestación –si bien problemática o dolorosa– de rasgos de tu personalidad que te hacen querible a mis ojos.

Insistiré de nuevo en el factor de responsabilidad del que vengo hablando, porque muchas veces es lo único a lo que podemos aferrarnos para discernir si debemos permanecer en un lugar o no. No podemos censurar absolutamente todas las actitudes que se salgan un poco de lo ideal porque nos estaremos dejando por el camino a cantidad de personas vulnerables cuyo bagaje traumático les ha hecho imposible desarrollar una relación equilibrada consigo mismos y con los demás. No podemos demandarles que se “curen” a sí mismos en un monte aislado de la sociedad. Pero tampoco podemos aceptar todo bajo ese pretexto, ya que no es incompatible ser un abusador o maltratador con haber sido una víctima previa de abuso o maltrato. Y no hace falta irse tan lejos: no tenemos por qué sostener sacrificada y abnegadamente a personas sistemáticamente negligentes o irresponsables. Por otra parte, todos arrastramos pequeñas dificultades y merecemos un trato comprensivo y compasivo.

Querer a alguien con sus dificultades y compartir con los otros –no a cualquier otro, claro, hablamos de cuando hay unas mínimas razones para confiar– las nuestras es hermoso, sanador y a la vez crucial, porque nos permite querernos más allá de las idealizaciones y de las proyecciones del ego, enraíza nuestro amor en la fragilidad y vulnerabilidad que como humanos nos conforman... Vemos al otro en sus claroscuros, como seres tridimensionales y llenos de aristas, y los otros nos devuelven a su vez una imagen análoga de nosotros mismos. Una imagen amable y compasiva, sin dejar de ser exigentes: “te quiero con tus dificultades, pero no estoy dispuesta a asumir cualquier cosa; somos compañeros: compartiremos el pan y las rosas, también las batallas”.


Es esta paradoja aparente de “te quiero con esta dificultad tuya”: no significa que te quiera por la dificultad, como si deseara que estuvieras siempre encallado ahí. Es la misma idea del “te quiero, nunca cambies”, frente a la que digo: ¡No, no! ¡Cambia! Claro que quiero que cambies. Por supuesto, no cualquier cambio me haría feliz... Lo que quiero es verte crecer. No quiero que elimines esta dificultad, cosa que por otra parte es imposible. Quiero ver cómo creces alrededor de ella, cómo la integras, la digieres y haces de ella algo nuevo... mientras yo misma me enredo en el proceso.


  1. El ejemplo del gritar no lo he puesto del todo por azar, sino para llamar la atención sobre el fenómeno de la “fiscalización del tono”. Una víctima de abusos y violencias individuales y/o sistémicos puede acabar siendo tildada de violenta ella misma por el hecho de “fallar en las formas”, al ponerse demasiado “emocional”. Esto puede suponer una revictimización y crear nuevas dinámicas de abuso. Hablar “bien” en las discusiones no lo es todo y debemos ser sensibles y cuidadosos al hecho de que detrás de determinadas reacciones “excesivas” puede haber decenas de experiencias de haber sido desacreditada, desautorizada, violentada, etc. Podemos estar de acuerdo en que es deseable tener tonos sosegados y que eviten registros agresivos, pero hay unos problemas de género, clase y racialización ahí que hay que contemplar (lo que, nuevamente, no significa limitarse a ser aquiescente) para pensar cómo crear las condiciones que permitan a todos sentirse sosegados y seguros. 

  2. Por ejemplo, el perfeccionismo de una persona puede suponerle una dificultad porque la paraliza ante determinadas situaciones, y esto afecta a su entorno. En ese contexto, el perfeccionismo es una dificultad, pero en otros contextos o desplegado de otro modo, el rasgo de fondo puede ser un intenso deseo por hacer las cosas bien y por ser consecuente y responsable para con los demás, lo que podríamos considerar incluso un rasgo deseable. 

Thoughts? Leave a comment