🌸Raquel de Abril🌸 (@janadelbosco)

Teoría y praxis

El elitismo intelectualista (la reclusión y superioridad de los teóricos en su "torre de marfil") y el anti-intelectualismo (el desprecio por la teoría y la actividad de teorización) beben de una misma noción problemática: la separación entre teoría y praxis, considerados como dos momentos, o incluso dos funciones, diferentes.

En la tradición occidental de pensamiento, se ha concebido la teoría como contemplación (esto es lo que el término "teoría" significa en griego, donde "theoros" es "espectador). Es decir, que pensamos el teorizar como un mirar la cosa, desde fuera de la cosa misma. También la entendemos como un "representar", un tomar la realidad mirada y transcribirla en un lenguaje verbal.

Sin embargo, la actividad teórica, en realidad, interviene sobre la realidad, la modifica y crea nuevas realidades, que no son solo realidades teóricas que habitan un mundo de las ideas reservado a los eruditos que lo contemplan.

Nombrar la realidad la modifica y, del mismo modo, cada vez que actuamos sobre la realidad, nos movemos en ella mediante unos significados, que recogemos, (re)interpretamos y reforzamos o promovemos a su vez. No es que las palabras tengan poderes mágicos o que las teorías puedan sacudir una realidad entera y rehacerla desde los cimientos, pero... actuar y representar no son dos tipos distintos de acciones, sino dos perspectivas, dos vectores, dos maneras de mirar un mismo fenómeno: la teoría es ya una praxis, supone una intervención en el mundo, y la praxis es ya una teoría, en tanto se adscribe siempre a una forma de entender, de vivir, de representar el mundo.

La distinción entre teoría y praxis responde a una cuestión cultural muy clara: la división de clases. Ya sea en el mundo griego, donde la "forma de vida" más elevada, la filosófica, solo era accesible a una élite social, mientras que las labores productivas eran características de los esclavos y plebeyos; ya sea, de modo distinto, en el mundo contemporáneo, donde la división entre el trabajo intelectual y el trabajo manual se ve muy clara en la distinción entre las figuras del arquitecto y del obrero, del ingeniero y el peón de fábrica, del diseñador y las costureras: los primeros crean mediante las facultades de la inteligencia y la creatividad, los segundos solamente ejecutan en virtud de facultades físicas -supuestamente-. Se refleja así también el dualismo entre la mente como facultad humana superior, que distingue a una élite social y singulariza a los individuos creadores, y el cuerpo como facultad humana inferior y poco meritoria, que lejos de singularizar, masifica.

El anti-intelectualismo, el rechazo de la teoría, que supuestamente nacería como una reacción contra la pedantería y el elitismo del clasismo erudito, en realidad no subvierte nada: si niegas el poder de la teoría, le arrebatas también a las personas de a pie el reconocimiento de sus facultades intelectuales y creativas, les niegas la capacidad de representar por sí mismas de forma alternativa a lo que las élites intelectuales y culturales imponen, les condenas a esa noción mecanicista y masificada de su existencia destinada a no más que reproducir lo dado y guiarse por una espontaneidad irreflexiva.

En la toma de conciencia de la propia capacidad como agente teórico-práctico residen las más grandes fuerzas emancipadoras, la posibilidad de dar otro rumbo a la propia vida... Una vida que, o la teorizas, o te la dan ya teorizada.

Es cierto que nuestro legado cultural nos puede acercar al riesgo de pecar de racionalismo (en particular, a los hombres blancos con cierta formación o capital cultural, aunque no solo), pero no temamos a teorizar nuestra vida y los acontecimientos más cotidianos. No hablo de teorizar para redactar artículos que publicar, hablo de teorizar para hacer propia nuestra vida, para que tome un rumbo bajo el signo que realmente le queramos dar.

Y ese riesgo de racionalismo, de sobrepensamiento o sobreintelectualización al que nos enfrentamos se combate entendiendo la actividad teórica igual que la actividad práctica: como actividad común, compartida, dialogada, donde es el intercambio la fuente de la regulación común. Dice Marina Garcés en Un mundo común:

… los cuerpos se continúan. (...) Donde no llega mi mano, llega la del otro. Lo que no sabe mi cerebro, lo sabe el del otro. Lo que no veo a mi espalda alguien lo percibe desde otro ángulo...

Y dice también:

Pensar no es solo elaborar teorías. Pensar es respirar, vivir viviendo, ser siendo. Para ello hay que dejar de contemplar el mundo para reaprender a verlo.

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