🌸Raquel de Abril🌸 (@janadelbosco)

El pecado tremendo de ser un poco desastrillo

Desde pequeña, tuve el sambenito de ser desordenada. También el de ser impaciente, despistada y saltar de una cosa a otra, a menudo dejándolas inconclusas. Mi padre decía: eres como Hansel y Gretel, se puede seguir el rastro de miguitas que vas dejando detrás de ti.

El tema de la habitación (su supuesto desorden) era una batalla semanal o incluso diaria. A mí no me parecía para tanto, y sin embargo me enfrentaba constantemente al problema de no saber dónde estaban las cosas, que aparecían apoyadas en cualquier lugar insospechado. Así que quizá sí había un problema.

Lo llamativo para mis padres era el contraste: con las cosas de los estudios era extremadamente ordenada, mis apuntes eran limpísimos, organizadísimos, todo bien estructurado. La conclusión natural para ellos era: se aplica en lo que le gusta, de lo de la casa pasa (y ya sabemos el inconsciente agravante de género que hay aquí).

Para mí este juicio era injusto; me dolía que mis padres me considerasen de esa forma, egocéntrica y despreocupada. Más bien, yo me sentía en gran dificultad para retener las cosas que debía tener en cuenta y detectar tareas que debía realizar sin que me las pidieran explícitamente (esto es lo que esperaban de mí). Para ellos era un problema de falta de voluntad, para mí de ineficacia (no lo logro, no soy capaz aunque lo intente). Y lo interioricé de forma esencialista: soy muy buena para los estudios, pero no para todo lo demás; en casa soy un desastre, soy despistada y torpe, no me entero de las cosas y soy desordenada... y así seré siempre.

En el último par de años, sin embargo, he pasado a tener mi habitación ordenada todos los días, ya casi nunca pierdo mis cosas por casa, he logrado interiorizar rutinas que me fueron imposibles durante años (¡la dichosa rutina facial!) y ahora cualquiera diría que soy una persona de hábitos, metódica y concienzuda en general. ¿Qué es lo que ha cambiado?


Obviamente, no han cambiado mi ADN ni los rasgos más fundamentales de mi temperamento en el arco de unos pocos años. Pero sí han cambiado unas cuantas cosas y me gustaría compartiros los factores que creo que me han ayudado, por si os sentís identificados con esta situación o veis a vuestros hijos reflejados.

El quid del problema, como quizá se ha podido deducir de lo que he contado, no fue nunca de “carácter” ni de “voluntad”, sino de falta de estrategias. Si en un área de mi vida era capaz y en otro no, el problema no era de falta de interés, sino de no saber cómo transferir las estrategias que usaba en un área a la otra. Cuando fui descubriendo el modo de hacer esto, todo mejoró y pude descubrir que no era tan torpe, no era tan despistada como yo me creía.

Pero para poder hacer eso tenía que dejar de sentirme esencialmente torpe y despistada. Tenía que dejar de sentirme juzgada y machacada, porque si crees que no hay modo de lograr algo por más que lo intentes y nadie te enseña a intentarlo de otra forma más eficaz, la conclusión que sacas es que no vales y que no merece la pena intentarlo.

Así que un punto de inflexión estuvo cuando me fui de casa durante año y medio. Seguía siendo desordenada y despistada allí, pero ya no me sentía vigilada y bajo presión todo el tiempo. Mis compis me ayudaron a descubrir casi por primera vez que podía ser compasiva conmigo misma.

Además, al poder hacer las cosas ”a mi manera”, por fin pude ocupar ciertos espacios libremente y adaptarlos a mis necesidades. Con esto abrí la puerta a una estrategia básica: dar a cada objeto “su” lugar propio, donde dejarlo y encontrarlo siempre. Esto, que parece una perogrullada, no es tan fácil en casa de tus padres, donde el único lugar de tu libre disposición es tu cuarto, y a veces ni eso. No es tan fácil experimentar con el espacio cuando la casa en que vives no se siente del todo tuya.

Y de aquí se deriva otra estrategia básica: las rutinas y espacios tienen que tener sentido para ti, no ser arbitrarias, porque entonces no logras integrarlas. Es decir, se trata de que las estrategias se adapten a ti y a lo que necesitas, no que te sometas tú a ellas. Por poner un ejemplo, si te cuesta hacerte una rutina facial pero sí te duchas regularmente todos los días, puede ser una opción aprovechar la ducha para lavarte la cara y dejarte los productos faciales en el mismo sitio donde dejas el desodorante.

Y, nuevamente, si el modus operandi fracasa, es porque quizá la estrategia o el modo de implementarla no eran adecuados, no porque tú seas un fracaso sin remedio (insisto en esto porque me parece lo más imprescindible). No pasa nada si lo intentas y fallas y tampoco pasa nada si tienes que cambiar de estrategias una y otra vez porque te acostumbras y las abandonas por falta de estímulo.

Una de las cosas que descubrí por este camino es que esas cosas por las que me había sentido machacada (impaciencia, despiste, desorden) estaban profundamente interconectadas: por impaciencia, me costaba finalizar bien las tareas (saltándome el paso conclusivo de recoger y ordenar), lo que hacía proliferar a mi alrededor los objetos sin colocar; pero durante la tarea estaba tan concentrada que no me enteraba de las demás cosas, lo que hacía que no retuviera lo que mis padres (normalmente mi madre) me pidieran hacer. Entender esto hizo que todo tuviera sentido y me ayudó a cambiar el enfoque: tiene mucho más sentido para mí ordenar antes de empezar algo, cuando estoy con energías y motivada hacia lo que quiero hacer, que después, cuando ya estoy cansada y desganada. Y el resultado es exactamente el mismo.


Supongo que ya se entrevé otra cosa que para mí ha sido imprescindible: la colaboración del entorno. Para esto, como para todo, remar solo y a contracorriente multiplica la dificultad por cien. Que tu entorno te apoye, reconozca tus esfuerzos, te felicite por tus mejoras, sea un apoyo en los estancamientos y retrocesos, te dé esa libertad para experimentar distintos enfoques y usos del tiempo y del espacio, etc., es de gran ayuda; para mí ha sido vital. Por desgracia, no todo el mundo cuenta con estas condiciones por defecto, y si ese es tu caso, quiero recordarte entonces que no es tu culpa. Una vez más, no llamemos “defecto” a lo que es una dificultad.

Por otro lado, para los que os desesperéis con vuestros hijos, me gustaría recordaros una cosa: la corteza prefrontal, que se ocupa de las funciones ejecutivas superiores (esas que nos ayudan a ser menos impulsivos, regularnos, tomar decisiones...), no termina de formarse hasta alrededor de los 25 años. Hay un límite inherente a las capacidades que vuestros hijos pueden tener a este respecto. No significa que cuando se acerquen a esa edad mágicamente mejorarán en todo esto, sino más bien que pedirles abstractamente que “maduren” y se responsabilicen no tiene mucho sentido. Será más eficaz que les enseñéis estrategias concretas, que las encarnéis con el ejemplo y que seáis pacientes y comprensivos con las dificultades y lentitudes con que logren interiorizarlas.

Por lo demás, no me gustaría concluir este texto sin decir algo que en realidad debiera ser el principio de toda la cuestión: tampoco pasa nada si eres despistadilla, desordenada o un poco caótica. Eso no te hace mala persona, un fracaso incorregible, un adulto a medio hacer o cualquier otra expresión catastrófica que a lo mejor te hayan dicho tantas veces que ahora te lo dices tú a ti misma una y otra vez. No tienes que ser perfecta, no tienes que consagrar tu vida a arreglar cada “defecto” para que tengas derecho a dejar de machacarte/ser machacada por el resto1. Está bien que intentes cambiar algunas cosas si eso te va a ayudar a vivir mejor, pero con el fin precisamente de que te ayuden a vivir mejor, no con el de “redimirte” del supuesto pecado tremendo de ser un poco desastrillo.


  1. Escribo todo esto en femenino porque me las imagino como las palabras que me habría gustado escuchar mucho antes, a lo largo de mi adolescencia y de mis primeros años de adulta. Pero también porque, como decía más arriba, hay un sesgo inconsciente por el cual a las chicas y mujeres se nos fustiga más por no ser suficientemente “pulcras” en lo doméstico, en la higiene personal, en el aspecto físico, etc., y suficientemente perfectas en general. Aun así, me gustaría que cualquiera, sea cual sea su género, pudiera sentirse aludido y reconfortado por estas palabras. 

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Comments
  1. Chuck! — Mar 7, 2025:

    Gracias!