1. ¿Restricción o educación?
Ocurre con la pornografía como con el alcohol: mucha charla sobre lo dañino que es para los menores y mucho debate sobre cómo restringir su acceso para los menores, poca charla y poco debate sobre cómo es dañino también para los adultos y cómo, de hecho, no se puede pretender impedir su consumo entre los menores en una sociedad adultocéntrica en la que los adultos consumen de forma ya no solo normalizada, sino glorificada y glamorizada.
El problema es estructural y generalizado, es importante tomar medidas de protección específica hacia los menores, pero sin perder de vista que es poner un cubo en el suelo bajo una gotera que no para de chorrear.
E, independientemente de que la actual propuesta del PSOE sea bastante mala e indeseable, sí considero importante tomar algún tipo de medida para dificultar el acceso de los menores a contenido claramente catalogable como pornográfico.
“Pero eso no va a impedir que los menores vean porno”. Ya, igual que la ilegalidad de la venta de tabaco y alcohol a menores no impide que los obtengan, y eso no significa que debamos permitir que se pongan estancos al lado de colegios e institutos y levantar las prohibiciones. Comprendemos que evitar su consumo en menores de forma total es imposible, pero también entendemos que es deseable poner restricciones específicas que, al menos, no lo faciliten o incluso incentiven (recuerden: vivimos en un capitalismo, las empresas, si no se lo impedimos, se abalanzan sin escrúpulo alguno sobre niños y adolescentes para convertirlos en consumidores de sus productos –véase el tema de los vapers a día de hoy–).
Creo que es ingenuo confiar todo a la “educación sexual”, sin medida alguna de restricción (dirigida quizá más bien a las empresas), en un mundo donde a golpe de búsqueda inocente en Google tienes un catálogo absurdamente amplio y duro de pornografía a tu disposición, y donde sin comerlo ni beberlo te puede saltar a la cara un anuncio o banner de contenido pornográfico (o con alusiones). Es como cuando las campañas de salud te machacan con el tema hábitos saludables, como si la información por sí sola pudiera contrarrestar los efectos de la publicidad/propaganda capitalista y de los hábitos adquiridos a base de tener una vida atada al trabajo asalariado (trabajando +8h al día no es tan fácil hacerse comida saludable, hacer ejercicio, meditar y toda la parafernalia). Pues lo mismo.
Es cierto: los datos de tabaquismo no han mejorado a golpe de prohibición pura... pero tampoco solo a golpe de concienciación. Ha habido también restricciones a la publicidad y restricciones a los espacios de consumo, medidas de control de la venta (solo en estancos autorizados, que no pueden estar a x distancia de centros escolares...). En general, ha habido una campaña con la intención de des-glamorizar el tabaquismo. No va a detenerte a comprarte la cajetilla que tenga una foto horrenda de unos pulmones destruidos, pero como mínimo va a suprimir o al menos reducir el carácter "glamuroso" del producto. En efecto, el tabaquismo está aumentando entre los jóvenes ahora que ha habido el efecto glamorizador de los vapers y otras estrategias. Esto debería decirnos algo.
Sin embargo, con la pornografía seguimos siendo extremadamente simplistas y algunos expertos con altavoz siguen cometiendo tremendas falacias como identificar la pornografía con la masturbación o la sexualidad en general (lo que implica identificar la crítica a la pornografía y las propuestas de su restricción con una postura puritana en lo sexual en general, lo cual es falso). Tenemos la condescendencia de tratarlo como un problema relacionado con los menores nada más, y la poquísima audacia de no comprender la pornografía como discurso (y no solo como imagen de un desnudo o como una representación del sexo) de carácter patriarcal y, frecuentemente, arraigada también en el racismo.
2. ¿Distinguir la realidad de la ficción?
Como venía diciendo, se está tendiendo a enmarcar la cuestión de la pornografía como un problema relacionado con el acceso de /los menores/ en específico. Desde esta postura, la pornografía no sería inherentemente problemática, sino solo su acceso por debajo de una cierta edad. Si a quien sostiene esta postura le preguntas por qué, en muchas ocasiones su respuesta será: "porque en esas edades aún no son capaces de distinguir del todo la ficción de la realidad" (en consecuencia, consideran que es fundamental que la "educación sexual" se oriente a instruir/informar sobre los aspectos reales y ficticios de la sexualidad).
De una afirmación así se desprende la siguiente: que las personas adultas sí somos capaces de distinguir entre ficción y realidad.
Y aquí es donde veo un fallo importante. La afirmación "La gente es perfectamente capaz de distinguir la realidad de la ficción" nos parece tan de sentido común que casi nunca se va más allá de ella. Es bastante simplona cualquier réplica del tipo "Los adultos vemos 'Los vengadores' y no por eso nos creemos que hay gente con poderes, sabemos que los superhéroes son una fantasía", y esto es lo que quiero argumentar, porque la línea entre "ficción" y "realidad" no es tan clara en la práctica:
Ningún producto de ficción es absolutamente ficticio y ninguna descripción de la realidad está absolutamente separada de la ficción.
La segunda parte de lo que acabo de afirmar quizá nos parezca más intuitiva. Cuando relatamos hechos reales, empleamos dispositivos análogos a los que empleamos en la ficción: secuencias narrativas, recursos retóricos, tropos, saltos temporales, etc. Un biopic no es formalmente distinto de una historia sobre una persona inventada y ninguna película documental es un trozo de grabación en bruto, sino que se monta y en ocasiones hasta tiene una voz narradora.
Estos recursos se emplean porque son narrativamente eficaces, apelan a significados y secuencias temporales que nos son familiares y que por tanto nos resultan cómodas o disfrutables. Ninguna colección de datos en bruto nos aporta, por sí misma, significado, tanto menos conocimiento o disfrute. Les damos una estructura sobre la base de cosas que ya nos son familiares. Es por aquí por donde se pueden colar infinidad de sesgos en la selección y elaboración del contenido.
Con respecto a la primera parte, planteémonos el siguiente ejercicio, volviendo a las películas de superhéroes. ¿Absolutamente todo lo que se representa en ellas nos resulta ficticio? Si así fuera, nada de lo que se nos presenta tendría sentido para nosotros, nos resultaría indescifrable. Por el contrario, la historia se desarrolla en un contexto contemporáneo, incluso en ciudades reales y en escenarios que podemos reconocer. Se dan en una sociedad que es como la nuestra: hay dinero y problemas económicos, gobiernos y conflictos políticos, diferencias entre hombres y mujeres, artefactos tecnológicos que reconocemos (desde los edificios hasta los coches), familias y relaciones amorosas... De hecho, el atractivo de "ficciones" como estas es que presentan un mundo prácticamente idéntico al nuestro y plantean un "¿Cómo sería si...?". Por tanto, ¿dónde empieza la "ficción" y dónde empieza "lo real"?
Si la ficción está separada de la realidad y los adultos somos tan capaces de identificarlo, ¿por qué la imagen de Elon Musk se ha construido con ciertos ecos de semejanza hacia la figura de Iron Man y, sin duda, sus admiradores la han comprado? ¿Por qué cuando se crean obras de fantasía ambientada en sociedades premodernas se abren disputas sobre si es "realista" que haya en determinados roles personas de tal o cual fenotipo, de tal o cual género? ¡Si es pura ficción! ¿Por qué habríamos de defender la pluralidad de representación en la ficción, si no tuviera ningún impacto sobre la realidad?
La verdad es que en nuestro día a día los seres humanos no nos relacionamos con "objetos reales" por un lado y "relatos" por otro, sino que ambos están inseparablemente entrelazados. Nos hacemos una idea del mundo sobre la base de los relatos que nos llegan. No hay una dimensión de la fantasía separada de la dimensión de la acción, como si el mundo se detuviera y nos fuéramos a ese reino a contemplar y disfrutar inocentemente y después regresásemos a la realidad, completamente inalterados.
Podemos decir, en suma, que las ficciones poseen eficacia, es decir, son capaces de producir efectos, y que no son separables de la acción. No hay realidad vs ficción, sino que como humanos vivimos en una realidad compuesta también por ficciones.
Por eso, cualquier argumento que quiera blindar la "ficción" de toda crítica y análisis me parece facilón, simplista y desinformado (en términos filosóficos, antropológicos, sociológicos y psicológicos).
Ojo, que las ficciones posean eficacia NO equivale a afirmar "si ves pornografía violenta, te convertirás en un violador". Las relaciones de causa y efecto NO son tan simples y unilaterales. La pornografía, en nuestra cultura, es ubicua, está en todas partes, no solo en los vídeos explícitos, por lo que las relaciones causa-efecto son mucho más complejas que esto.
La cuestión es que, sí, los adultos sabemos que Papá Noel y la magia no existen, y tampoco los superhéroes, pero no seamos tan presuntuosos. La pornografía no solo influye sobre los menores -aunque sin duda se encuentren particularmente indefensos y haya que prever medidas específicas de protección-.
La pornografía también se infiltra en las mentes y en los cuerpos de los adultos. A la gran mayoría no los va a "convertir" en agresores sexuales, pero eso no significa que no haya impacto de algún tipo o grado. Sin ir más lejos, lo extendidísimo que está identificar la masturbación con el visionado de pornografía (no por nada se ha hecho la gracieta del "pajaporte"), hasta el punto de que hay una parte importante de la población que no sé cuán capaz es de disfrutar de su sexualidad sin mediarla por la pornografía de forma sistemática, revela el modo en que la pornografía está instalada en nuestros cuerpos, en nuestra vida sexual. Esto no es inocuo y preguntémonos a quién beneficia.