🌸Raquel de Abril🌸 (@janadelbosco)

El falo y la sexualidad-poder

Estás en un aula de 2º de la ESO y eres testigo, y no por primera vez, de una peculiar forma de juego entre los chicos de la clase: se divierten dibujando penes (erectos) esquematizados por todas partes. Los dibujan en las mesas y en las paredes y se los dibujan a sus compañeros en las agendas en cuanto estos se distraen un momento. Incluso, a veces, dibujan uno sobre la agenda de una de sus compañeras, solo que en ese caso el objeto de la diversión es otro: las chicas, por lo general, reaccionan con disgusto, y eso es lo divertido.

Pese a la heteronormatividad vigente (la presunción de que las personas son, por defecto, heterosexuales, y que, además, vincula la masculinidad al deseo heterosexual, de tal manera que la homosexualidad masculina se lee como un déficit de masculinidad), los chicos nunca dibujan vulvas. Y esto ni siquiera nos extraña. Este fenómeno está tan generalizado que ni nos preguntamos si esto es extraño o no; simplemente, a los chicos les divierte dibujar penes.

Y hay una razón por la que no nos resulta extraño: a los chicos les divierte dibujar penes no porque la diversión resida en dibujar un objeto de deseo, sino por lo que los penes representan1: son un símbolo de sexualidad-poder.

El falo

El falo en nuestra cultura no es una mera representación de una parte del cuerpo humano, sino que es un símbolo, es decir, su significado va más allá de lo que inmediatamente representa. Y ese significado tiene que ver con la forma patriarcal en que históricamente se ha organizado nuestra sociedad. El falo representa la condensación del poder masculino bajo el patriarcado, que es una forma de poder-sexualidad. Con esta expresión quiero decir que el modo en que se construye la masculinidad bajo el patriarcado se basa en un ejercicio del poder que se vale de la sexualidad para afirmarse, donde la sexualidad es un instrumento central de dominación, un campo donde la dominación se expresa y escenifica.

Así pues, el falo es siempre pene en estado de erección. La "impotencia sexual" de un pene es leída como una expresión no solo de una impotencia personal general, sino como un déficit de masculinidad o, lo que es lo mismo, una incapacidad de detentar la posición dominante que se esperaría del individuo. La "potencia sexual" se entiende como capacidad de penetración, capacidad de invadir otro cuerpo y de establecer los propios derechos sobre él, de hacerlo propio. Esto, por supuesto, es ya una concepción reductiva de la sexualidad, pero esto no es un problema, ya que no se trata, bajo el régimen patriarcal, de que los hombres puedan acceder a un espacio de deseo amplio y a placeres variados, sino de que los hombres puedan establecer y mantener su dominio mediante la sexualidad.

El falo, en este sentido, representa el poder masculino como sujeto activo que se erige (nótese que de este verbo procede el sustantivo erección) violentamente sobre un otro cuyos genitales ni siquiera son representados, pero que quedan implícitos. En efecto, con el rol activo masculino se presupone un rol femenino pasivo, ese cuerpo que será ocupado y sobre el que son reclamados los derechos masculinos. De la mano, se ha entendido tradicionalmente que los hombres ejercen el deseo sexual, mientras que las mujeres son el objeto del deseo sexual masculino, sin un deseo propio.

Esto no es excluyente con respecto a la fantasía sexual patriarcal -que de hecho está más que extendida- del falo como objeto de deseo sexual primario de las mujeres. Sin embargo, esta fantasía no se le presenta al hombre realmente como un deseo de ser deseado en general, sino que adquiere una fórmula muy concreta: la excitación que provoca que la mujer desee intrínsecamente entregarse, someterse, al falo (más deseablemente aún, a su falo). En otras palabras, sigue siendo una fantasía de poder, y es de hecho una pieza central del imaginario-discurso pornográfico, donde este tópico es representado de forma reiterativa.

Así pues, igual que el poder masculino patriarcal es un poder-sexualidad, la consecuencia es que la sexualidad bajo el patriarcado se presenta sistemáticamente como una sexualidad-poder, es decir, una sexualidad que no nos es inteligible sin relaciones de poder, donde nuestros cuerpos acaban orientando y desarrollando su deseo en torno a posiciones de poder diferenciales, erotizándolas.

Cuerpo y límites del lenguaje: el riesgo del esencialismo

Por las razones expuestas, el coitocentrismo es una pieza fundacional de la sexualidad-poder.

Nótese cómo no existe una contraparte para el verbo penetrar, una acción que presupone que su sujeto es el hombre, que se ejecuta con el pene, y que su receptora es la mujer, que lo recibe con la vagina. Es más, la palabra vagina proviene del latín, donde significa vaina; no es más que una "funda" en la que una espada se inserta. ¿Cómo podemos expresar la acción por la cual una persona con vagina es quien ejecuta la acción activamente? Sencillamente, no podemos. Podemos expresar este escenario dando rodeos, con metáforas que aluden a los movimientos que tendrá que ejecutar con el resto del cuerpo (cabalgar, montar) o a la posición que ocupa (ponerse encima), pero no tenemos una palabra para la interacción genital estricta que sea equivalente y complementaria o inversa al verbo penetrar.

Esto no es inocuo. Los límites del lenguaje limitan nuestra imaginación, aunque no puedan impedir completamente que desbordemos tales límites (de facto, esta práctica sexual existe y no es marginal), sí dificultan en ocasiones la resignificación global de las prácticas. En efecto, que esta práctica sexual se contemple y se realice no implica que con ella quede puesto entre paréntesis el núcleo androcéntrico de la sexualidad patriarcal. Muy al contrario, es perfectamente posible que se realice en un contexto donde impera el protagonismo de la mirada masculina, donde el cuerpo femenino sigue siendo primariamente un objeto de contemplación, deseo y satisfacción masculina y nunca al revés.

Uno de los múltiples riesgos a los que este problema lingüístico-imaginativo da lugar es al esencialismo, es decir, a que atribuyamos al pene de forma intrínseca un papel dominante como instrumento ejecutor y de invasión del cuerpo femenino. El esencialismo juega en nuestra contra: limita las posibilidades emancipatorias que somos capaces de imaginar (y por tanto de poner en práctica) y justifica la realidad actual (como si no pudiera ser de otro modo).

Imaginar de otro modo

Pongamos por un momento entre paréntesis algunas asunciones de sentido común.

Del pene erecto decimos que está "duro". ¿Es el único término posible? La "dureza" alude al poder penetrativo (y, a su vez, a la impenetrabilidad del miembro, su invulnerabilidad) y, por extensión, a la ristra de connotaciones que ya hemos mencionado. Pero si intentamos poner entre paréntesis esta nube de significados que nos parece tan natural como el respirar, si intentamos fingir una ingenuidad absoluta, ¿"dureza" es lo que nos transmite? ¿No es posible detectar otras cualidades como suavidad o sonrojo? ¿No puede describirse, en vez de como dureza, como consistencia, hinchazón?

Este ejercicio, que es a la vez lingüístico e imaginativo, no es simplemente un juego, aunque pueda despertarnos alguna risa. La risa misma es un signo de la inverosimilitud que nos suscita: nos parece absurdo, incluso ridículo, pensar el pene en esos términos, precisamente porque nuestra relación con él está siempre mediada o configurada por los significados del poder-sexualidad patriarcal.

Hagamos lo mismo con la vulva y la vagina. Frente a la "dureza" del falo, la vagina sexualmente dispuesta es descrita como "blanda", "tierna". Estos descriptores, que no es que sean falsos o absolutamente injustificados, enfatizan el papel receptivo-pasivo que asignamos a estos genitales y oscurecen hechos como que existe todo un entramado muscular que permite modular voluntariamente la tensión y la presión de la zona, así como que la excitación produce un estado análogo de erección en la estructura anatómica del clítoris, en los labios internos, etc.

Es decir, que donde vemos o describimos normalmente una relación de contraposición/complementariedad genital, las estructuras son más análogas de lo que tendemos a considerar, lo que nos debiera obligar a reconsiderar la supuesta esencialidad de los roles contrapuestos activo/pasivo que les imponemos y los atributos que en consecuencia les achacamos.

Otra sexualidad masculina

La esencialización del falo, es decir, la atribución de los caracteres de la dominación al pene en sí mismo por sus características anatómicas, es problemática por múltiples razones. Una de ellas es que dificulta enormemente que los propios hombres no se relacionen con su cuerpo como si este fuera un instrumento de dominación.

La erección involuntaria se convierte en un problema que genera intensa vergüenza e incomodidad por parecer representar una intención depredadora. No solo porque pueda ocurrir en un contexto no sexual o con la proximidad física de una persona con la que no se tienen confianzas, sino también cuando se da en un contexto de intimidad física no sexual con una persona con la que sí se tiene confianza; pareciera que un escenario de ternura no es compatible con la aparición de una erección, que no puede significar otra cosa sino que el hombre está sexualizando de manera cosificadora una situación que no debiera suscitar tales sensaciones. La erección representa siempre, en este imaginario, un deseo sexual descarnado, egocéntrico, explotador. Como si no cupieran otras formas y modulaciones del deseo y de lo placentero.

A su vez, la ausencia de erección en un contexto de intimidad sexual se convierte en otro problema, como ya se ha dicho más arriba, por representar una impotencia que, además, se interpreta como generalizada. Sin erección no parece caber acto sexual alguno, porque el ejecutor del acto debe ser el pene en erección... El hombre se vuelve responsable de su erección o ausencia de ella, como si de ello dependiera toda posibilidad de disfrute, dotando a la situación sexual de una carga ominosa que, en un círculo vicioso, dificulta aún más un estado de relajación y confianza que permita desplegar más satisfactoriamente el deseo.

En suma, no es que los penes estén sobrevalorados en la centralidad que se les atribuye en el contexto sexual, sino que se encuentran hipertrofiados en una sola de sus facetas o de significaciones posibles, con la consecuente hipotrofia de toda otra serie de posibilidades de despliegue del deseo y de prácticas sexual y sensualmente placenteras.

La masculinidad patriarcal se impone como una barrera imaginativa que excluye cualquier otra posibilidad, defendiéndose de ellas mediante la sensación de ridículo: ¿cómo va un pene a representar algo tierno, suave, agradable, no violento, receptivo...? Nos parece ridículo porque esos atributos nos parecen femeninos. En contraparte, ¿cómo podrían la vulva y la vagina considerarse fuertes, activas, dominantes, frenéticas...? Parece absurdo e impensable también.

Podemos incluso ir más allá y dejar de pensar los genitales como partes del cuerpo para empezar a pensarlos como lugares. O contemplar la posibilidad de un lenguaje que no distinga entre dar y recibir, entre sujetos activos y pasivos, yendo más allá de la posibilidad de invertir los roles en pos de una posible superación de los mismos. Estas ideas empujan nuestro pensamiento hacia el terreno de lo que parece casi impensable.

Pero sobrepongámonos a la sensación de extrañeza, incomodidad y comicidad y démosle una oportunidad a este ejercicio, porque solo forzando el ensanchamiento de los límites lingüístico-imaginativos podemos descubrir hasta qué punto nuestras asunciones de sentido común son producto de una construcción social que nos constriñe y entrever rutas por las que explorar construcciones alternativas que nos parezcan más respetuosas, enriquecedoras, amables, placenteras y justas.


  1. A partir de ahora, utilizaré el término "falo" para referirme a la representación (más o menos esquemática) del pene erecto como símbolo con un determinado significado, frente al término "pene" para referirme nada más que al miembro anatómico. 

Thoughts? Leave a comment